SAN VICENTE Y REGIÓN

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lunes 7 de julio de 2025

BAR ESTELA (Col. Margarita, depto. Castellano, Santa Fe)

Continúo en mi solitaria cacería de bares con historias, esos que se ocultan en la lejanía de los campos, o en los rincones de pequeños pueblos.

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Lugares que fueron y son el punto de reunión de la comunidad, que mantienen el  alma del lugar brillando ahuyentando las sombras del olvido. Custodios de las historias de los que fueron, son y vendrán. Es así que se me menciona que si he de seguir en esta cruzada, debo afrontar al destino y acercarme a un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, y conocer el bar de Estela con más de medio siglo de existencia y quien le dió vida, a la misma Estela. Ella continua en su puesto de reina soberana, como el día que por primera vez la puerta se abrió para dar lugar a los visitantes.  Existiendo semejante joya oculta en el pueblo, mis ansias y curiosidad crecían día a día hasta que por fin el motor de mi motocicleta rugió, y me encamine a conocer su historia.

Avanzo hacia el noroeste, por viejos caminos que luchan por subsistir. Algunos ven como la gramilla haciéndose la distraída comienza a borrarlos, pero persisten con su huella guiando al viajero hasta el final. Viajo siguiendo una despistada luna que corre a ocultarse después de que el día la atrapó. Atravieso una tierra de ondulaciones, perdiendo el rumbo y reencontrándolo gracias a los ángeles guardianes metálicos al que el mortal bautizó como satélite, quienes susurran a mi teléfono móvil donde avanzar y donde doblar. Es así que perdiéndome y reencontrándome, llego a mi destino. El Bar de Estela.

Llego buscando una vieja casona de ladrillos desnudos, pero me encuentro con un edificio muy distinto al que imaginé. Una construcción rectangular, baja y de llamativo techo en arco de ladrillos en pandereta, que jamás había visto pero se me dijo era algo normal en otras épocas.  El desgastado nombre persiste sobre la entrada, como escrito a pincel con color verde. Aunque en el momento no lo sabía, las dos Estela son una, el bar y su dueña, ya que una es la prolongación de la otra y viceversa, sin saberse muy bien donde terminan.

De inmediato una pequeña mujer de más de nueve décadas de vida, se presenta en la puerta invitándome a pasar. Al entrar encuentro un lugar cálido, acogedor de esos que son tramposos ya que al sentarte te atrapan robándote las ganas de marcharse. Me siento, me pido un porron y casi de inmediato Estela comienza a hablar, a soltar historias del bar, de su vida y del pueblo, ya que ella, es la persona más longeva viviendo allí. Disfruta la bendición de serlo pero también acarrea la pesada carga de aquellos que perdió.  

De niña llegó a Colonia Margarita para nunca más irse, viviendo en un principio en la zona rural. Al crecer se casó y junto a su pareja trabajaron en el tambo hasta que un día decidieron probar suerte con un bar. Comenzaron con algo pequeño pero poco a poco creció hasta llegar a atender fiestas de seiscientas personas (numero que supera a la cantidad de habitantes del poblado), eligiendo muchas parejas el sitio para contraer matrimonio. Eso sucedía en otra construcción a metros de la actual, la cual ya no existe ya que la furia de una fuerte tormenta, la destrozó. Así fue como Estela se vio obligada a trasladarse al actual edificio.  

Una vez que dio vida al bar nunca más lo pudo dejar, continuó a pesar que a los tres años de iniciada la aventura enviudó, siguió criando a sus hijos sin rendirse, luchando. A los cincuenta años volvió a casarse con un solitario hombre bueno, pero una vez más enviudó. Hoy, aunque sus hijos desean que abandone, ella se niega. Quizás ignoren que una no puede existir sin la otra y que el deseo de su madre es que la muerte, la alcance con las puertas de su bar abiertas. 

Ella asegura no saber lo que es un cliente, ya que todo el que la visita para ella es un amigo, es así que los cuenta a montones, pero mantiene en su memoria vivos a ciento dos cuya vida se apagaron desde aquel día que inició esta aventura.

 Se hace un tiempo para atender sus plantas y criar pollos. Asegura que lo más lindo de la vida es la timba, los caballos de carreras, los vals y pasos dobles. Le aterra la soledad.  

Las altas horas de la madrugada la alcanzan siempre trabajando y con las primeras luces del día despierta, preparándose para atender a los nuevos clientes, estando el bar prácticamente siempre abierto. No solo atiende al viajero de ocasión o amigos regulares, también prepara comida que vende por encargo, acercándose personas de las poblaciones vecinas en busca de sus manjares. 

Extraña los tiempos de antes, cuando casi cien personas se reunían en el lugar a jugar a las bochas, organizaban asados y todo era alegría, pero si tiene que elegir un momento en especial no puede, ya que cada día en el bar le parece único y hermoso.

Estela habla y con cada palabra, con cada historia, deja una enseñanza. En ella veo mucha más ganas de vivir que muchos de mi edad, y la verdad envidio su energía. Para esta mujer los problemas son solo obstáculos a superar.  

Siempre acompañada de su fiel perra Laica camina por el lugar mirando hacia el futuro, recordando el ayer, mientras el televisor nos obsequia una película del genial Calabromas. 

Tras terminar mi porrón, al ver las sombras estirarse decido que es momento de regresar, aunque daba ganas de quedarse mucho más. A esperar la hora que los amigos del bar comenzaban a llegar. Estela me saluda invitándome a su cumple de 93 años, al que aseguro asistir. Doy marcha a la motocicleta y me marcho dejando atrás un icono de la región, a un ejemplo de vida y lucha.

Su historia nos deja dos mensajes claro, que siempre cada época traerá sus problemas pero jamás debemos abandonar la lucha, y que en realidad no hay que hacerse problemas por nada y solo debemos disfrutar cada instante. 

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