Está en la localidad de Felicia. ¿Qué tienen en común un sifón, un monumento y el fútbol?… Un punto geográfico e histórico en común, una gran historia.
Viajo en moto un día caluroso a la localidad de Felicia, en Santa Fe, un pueblo de unos 2500 habitantes con el fin de cazar historias que desconozco su existir, solo sé que el gran titiritero me quiere ahí. Al llegar me encuentro con otro cazador de historias, Mario Franconi, oriundo del poblado. Sigo su bicicleta quien me traslada por el pueblo a diferentes lugares físicos mientras sus palabras me hacen viajar en el tiempo y juntos arrastramos el ayer hacia el ahora. De repente nuestro andar se detiene frente a un sifón, algo curioso que jamás vi en mis viajes, y que sería llamativo para cualquier viajero ocasional, un monumento que custodia que jamás se extinga la llama de una historia, de un nombre, Don Atilio Stettler.
Transcurría la década del ’60. El pueblo de Felicia se dividía en dos clubes, el Club Atlético de Felicia y el Club Juventud Unida, lugares donde los niños acudían para realizar deporte, en especial la pasión argentina, el fútbol. Eran tantos los niños que acudían a dichas instalaciones con este fin, que los club no tenían la capacidad para darles a todos la posibilidad de participar, quedando muchos excluidos deambulando por las calles del pueblo. Al ver esta situación un sodero del pueblo, Don Atilio Stettler, se acercó a la comuna con una visión, la de una canchita de futbol para estos niños, obteniendo el permiso de colocar dos arcos en la plaza pública, a unos cincuenta metros de su sodería. Es así que día tras día estos jóvenes tenían donde reunirse, un lugar donde jugaban todos sin excepción. Poco a poco se organizaron en equipos según la edad. Las madres confeccionaron y bordaron camisetas de color blanco, con cuello y puños rojos. De igual color era la insignia, un sifón con las letras Club Atlético Los Sifones. Y así Los Sifones de Felicia comenzaron a participar en los torneos locales y al grito de GOL cosecharon grandes resultados, y un lugar entre los grandes de la región. El acto de un simple vecino que persiguió la visión de contener a los niños, había superado todo lo soñado. Es así que a finales de los 90, cuando Don Atilio ya había superado los 80 años se le rindió un homenaje, colocando los arcos en la posición original y encendiendo la llama de su recuerdo en ese sifón de roca, que orgulloso se erigió sobre un monolito de ladrillos. Al evento acudieron amigos, familiares y todos esos niños que ya eran hombres, sus exjugadores, entre ellos Juan Domingo Rocha, campeón con ferro y Racing. En dicho acto se declaró al sitio como mini estadio Club Atlético Los Sifones.
Otros monumentos nacen de la nada, de mano de grandes artistas buscando simbolizar ideales abstractos pero en esta ocasión un sifón, en una plaza, nos reúne cientos de historias, de sacrificios y alegrías, nos mantiene viva la historia de un hombre que cambió el mundo de muchos, a fuerza de actitud y decisión, persiguiendo una pasión. Diría yo que estos son los verdaderos héroes, personas que sin pedir nada a cambio luchan por su pensar, personas peligrosas si las hay son ellos, ya que sus actos se nutren del mismo material que se realizan los sueños, pero ellos son capaces de traerlos a nuestro mundo.
Hoy el sifón continúa allí firme como un viejo granadero, custodiando la memoria, dando un ejemplo, susurrándonos que si lo podemos soñar, lo podemos crear. A pocos metros la cancha de fútbol sigue esperando a los niños del pueblo, y yo que no soy muy amante de este deporte, hasta me siento tentado de patear a su arco.
Por Rafa Theller
Siguiendo Caminos